Wednesday, May 7, 2008

a la derecha, hay más tiempo

Casi un mes sin escribir, no pasó por estas páginas mi cumpleaños, noviembre dieseis, fue un buen día, algunos regalos, pastel, abrazos, buenos deseos... Tampoco escribí la última cena de noviembre en familia, cuando mi tía Tití nos juntó como hace más de diez años no lo hacía para la noche de acción de gracias, si ya lo sé, mi cultura no tiene nada que ver con celebrar eso, pero mi familia materna ha vivido tantos años en Estados Unidos que se ha vuelto costumbre cenar en familia el último jueves a la derecha de noviembre.

¿Recuerdas los vestidos ampones, las calcetas con holancitos de encaje rosita y los moños tan grandes como la mitad de tu cabeza? La piñata era alguna princesa de Disney, ¿la sirenita?, ¡pero nunca has visto la película!, la conoces por que es la única princesa que no camina sobre dos pies; el pastel creo que era de chocolate, claro, siempre de chocolate, cuatro velitas encendidas, un deseo y una bolita de nieve. Te partió el corazón destrozar a la "sirenita", lloraste tanto por el cadáver de una piñata que no disfrutaste los dulces, ¿y el cielo? como que se unió a tu causa porque llovió toda la tarde.

Tu cabellera y tu abrieron los ojos a las seis veintidós de la mañana, dos llamadas perdidas, dos piernas te llevaron a la regadera, diez dedos lavan tu cabello y una toalla exprime la brisa que el sueño te dejó. ¿Llamará? Era la duda de tus labios y el apetito de las mañanas. Hace seis semanas que no han vuelto a hablar, le pediste que no volviera a llamar nunca más, especificando tu cumpleaños, por ser la fecha más próxima a la derecha, tu falda se alborotó con ese medio giro que dejó de frente tu espalda y que pondría punto final a la historia ¿Llamará?.

Si miras bien tus fotos, encontrarás que no traías holancitos en las calcetas ni vestidos con florecitas, no sé a qué edad descubriste que tus piernas eran feas y te divorciaste de las faldas, vestidos o pantalones cortos que mostraran tus seis cicatrices muy bien repartidas en las rodillas y una que otra en las espinillas. Qué esperas encontrar entre tantas fotos, las memorias que te robaron o las que perdiste en el diccionario; o esperas ver que jugabas con los carritos de tu hermano y que los libros eran vertientes de escape; lástima que nadie vio tu cara de fascinación con la que imitabas la escena en que la bruja de Blanca nieves escoge el libro de pociones venenosas, con cuidado estirabas el brazo derecho, separabas los dedos igual que en la película y repetías los mismos movimientos de selección; pero vámonos ya, que reflexionar no es lo mío, deja esas fotos quemarse en la oscuridad de su encierro, deja tu niñez allá, en los días a la izquierda, no hay más fotos de cumpleaños felices, ni cenas de acción de gracias comiendo cup cakes rositas –por que en la infancia no es el sabor lo que escoges, sino el color– en casa de la Tití. Llamó en mi cumpleaños, y prometió que para Thanks Giving haría una cena como las de antes, como si yo fuera una niña cachetona a la que le faltan los dos dientes superiores y con piernas de Oliva Popeye. Mis hermanos hicieron sus apuestas para asegurar que ese día la Tití se perdería en el inframundo, en algún casino o simplemente con su novio, un viejo raquítico, dueño de una grúa destartalada.

Retumbaron tambores y platillos, el músico llamó, no dijo nada nuevo, nuestra conversación jamás ha vuelto a fluir desde que me juró odio y perforó sus labios. El doctor también llamó, pero no respondí, han pasado más de dos meses en los que mi teléfono suena con su inconfundible voz, allá, en no sé donde. Y yo no respondo. Afinó su guitarra y flores salieron de su garganta, el poeta, sutil como siempre, me deseó muchos años más de bufandas a la garganta, vestidos y jeans. Mi poeta favorito, algún día encontraré las armas necesarias para vengarme del destino que no supo acomodarte en mis pies. Pelearé con el tiempo, porque ya es tarde para decirte que te quiero y un día, te explicaré porqué no pudimos estar juntos como tu querías. Sentada en la banqueta, frente a mi casa, respiro los rayos de luna y escucho cómo suena el timbre del teléfono, es él, mi mejor plática, mi juego favorito; es él, un hombre de mi propia creación; es el hombre al que le di manos expertas para colocarse un brazalete en la mano derecha con la izquierda, para desabrochar un sostén con los ojos cerrados. Es el hombre al que le voy a escribir después de muerta y al que voy a odiar hasta lo ineluctable de mis respiros; es el niño que levanté del escombro para colocar sus ojos en posición a la estrella del norte y a la constelación de Casiopea, para que siempre me amase.

El último jueves de noviembre descubrí que la Tití quedó más loca de lo que yo me la imaginaba, con suerte la veo cada año por lapsos muy pequeños. Con los dientes desgastados por el cristal e incansablemente hiperactiva por la coca (no puede estar sentada ni diez minutos), la Tití sigue haciendo reír a la familia, hoy, con un tenue olor a tristeza por lo que se ha convertido. ¿Mija, no vas a contestar?, No Tití, mi cumpleaños ya pasó y éste idiota se atreve a llamarme dos semanas después.

Me quedan 30 años a la derecha para vivir en paz, hasta que ese hombre cumpla su promesa de morirse a los 50 años, en 30 años espíritu se volverá loco con la idea de una nueva oportunidad en otra vida, hasta entonces viviré feliz, las fotos de mi niñez se desvestirán la vergüenza que me provoca recordar los patéticos juegos y reuniones de familia que antes me hacían feliz. Dejaré la tinta secar y las hojas en blanco a remojar.

Friday, April 4, 2008

fotografía azul

De haber sabido lo que pasaba me hubiera gustado tomar fotografías, captar el momento de su de dolor para mostrártelo. De haber sabido regreso de mi viaje para dejar registrado, no con palabras sino con imágenes reales la fortaleza de esa mujer maquillándose después de perder al amor de su vida, me hubiera gustado fotografiar el estómago que no se irrita a pesar del ácido bilioso, cada segundo en que sus pulmones inhalan y exhalan la derrota; todas las lágrimas que no salen como cascadas, cada letra trazada sobre el papel en blanco de su imaginación, cada hormiga que se comía los rayos luminosos de la felicidad, retrataría la magnificencia del "pie derecho" con el que se levanta en las mañanas, Ernesto tu no conoces a una mujer engañada, abandonada, tu sólo te fuiste, no te importó dejar despejada la duda del porqué ni el cómo. Ernesto, habría que dejar secar las piedras y hervir el corazón para entenderla, porque esa tarde ella no hizo más que tejer, retorcerse de dolor y tejer.

Para ella existen dos mentiras, las que no le importan y las que dices tu, Ernesto. Tus mentiras cortan árboles y tergiversan los puntos cardinales. Tus solos dientes parecen discurso político de derecha; tus mentiras la llevaron hasta donde está hoy, una baldosa fría, perdida en el tiempo, ya no escucha ni observa los cambios de estación.

Ernesto, verdad es que nunca jugaron a ser amantes en el agua fría del océano pacífico, verdad es que a ella no le gustan las rosas rojas y verdad es que nunca le diste un buen regalo de cumpleaños; pero todo esto no importaba mientras mentiras llenaran el cielo de estrellas y tus palabras fueran todas prosa poética. Tu y ella atravesaban la avenida disgustados, con tus caprichos, cuando en medio de tu egoísmo, cambias la mirada y acaricias su mejilla izquierda, indulgencia concedida, Amémonos ahora que no hay presente, decía ella, y seguían los mil cuatrocientos once pasos hasta llegar a casa para hacer magia.

Esa tarde un collar de perlas y un sólo arete quedaron bien colocados sobre la mesita de noche. Las ventanas estaban abiertas, el polvo y el vaho de la sociedad golpeaban las cortinas rasgadas. La puerta del baño, entreabierta mostró el lavamanos teñido de azul, tal vez tinte para el cabello, el espejo empañado con la sombra de su hermosa sonrisa. Te digo, Ernesto, todo era caos.

Llegué de mis viajes en el ecuador y la encontré con sus sandalias cafés y una blusa color marfil, apenas sonrió, estiró los brazos para estrujarme y yo empecé a hablar de todo, en alguna de mis pausas para recuperar el aliento dijo muy contenida, He puesto punto final a mi libro, No dejé que describiera el final prefería leerlo personalmente, en la tarde lo leí.



"[...] El coche arrancó diez minutos antes de las tres de la tarde, transportaba el cuerpo de Paula con una granola y una botella de agua, cargaba papeles y monedas rodantes. Con las ventanas abajo, el coche recibía suficiente oxígeno. Los semáforos en rojo son una tortura y ni se diga del amarillo. Perfumado, llegó al cajón de estacionamiento; aducado abrió la puerta y los 110 centímetros que miden las piernas de Paula salieron para apoyar primero la planta del pie izquierdo en el suelo. Prendiendo un cigarrillo y presumiendo sus uñas recién barnizadas despojó suspiros y miradas. Pequeñas florecillas iban quedando tras su caminar.

5...presionó el número cinco en el elevador y se mordió las carretillas hasta entrar al departamento de Ernesto. Se despojó de los aretes y el collar, la blusa y la falda, las sandalias y los nervios. En el baño tiñó de azul su cabello que exprimió después con las cortinas aceitunadas de la habitación, la alfombra blanca también quedó manchada de azul. Una carta inconclusa:

Ernesto:

Nunca me doy cuenta del inicio, no percibo el principio ni el final, usted dice reconocerlos porque es el momento en el que hablo mucho, se aguza mi mirada, pierdo la cuenta de los días y me rasco el dorso de la mano con los dientes. Generalmente cuando me sucede, mis palabras se pierden en sutilezas o hipótesis sin base real –definición que da la real academia de la lengua a la palabra especular. Ése es un verbo que me gusta poner en práctica con usted, porque si hablo de mi infancia usted me escucha, si yo hablo de los colores usted me escucha y si escribo usted me lee, pero lo que usted habla o escribe no tiene verdad
Y así quedó sobre la estufa, sin punto ni algo. Ernesto llegó al departamento hora y media después, corrió sobre Paula como si siempre fuera hoy y como si hoy fuera nunca, ni siquiera notó el cabello azul, mucho menos la carta inconclusa. Los lazos atados en la garganta de Ernesto tiñeron de azul su rostro."



Ahora que estás aquí conmigo en el infierno, dime, cuál es peor, el infierno de Paula o el tuyo...

Saturday, March 22, 2008

carta a un acróbata

Cantante de trapecios y saltos mortales

ven a jugar con estos brazos que llenos de vida están

lúdicos labios te esperan girando entre palabras cansadas de vagar en el aire

acróbata de mis oscuros ojos y de mis hirsutos cabellos

ven que tengo piernas firmes para sostenerte después de volar

si me dices que si no titubearé más porque andaré contigo de la mano

acércate que escucharé, como nadie más, tus piernas venciendo la barrera del sonido

tus ojos venciendo la barrera de mi corazón

ven que no me canso de esperar

si me dices que si, serás mi sabor favorito, mi color favorito y mi mejor concepto

ven a callar la sordera que otro me dejó

termina con estas metáforas de manicomio

encarcela a los vivos,

a los muertos de corazón y a los hambrientos de esperanza

yo, sólo te pido que vengas, porque nunca te haz ido.

Tuesday, February 19, 2008

en frebrero:


A las afueras de la ciudad, las calles se convertían de arena, los anuncios luminosos eran reemplazados por telas y en el mejor de los casos por tablas de madera y títulos marcados con tiza; las lonas mitigan el inclemente sol y sus dueños gritan cualquier palabra capaz de disuadirte para comprar su mercancía. Caminaba con un aura azul, según mi abuela es la marca de las personas de cabellos rizados y destinos inciertos, la mirada perdida pensando en mi amada, aunque hace poco que la conocí es dueña ya de mi vida. Observaba a los comerciantes de cabellos negros y dientes de nácar cuando me encontré con una gitana, persona extraña aquí en Bagdad, sin embargo no fue eso lo que me atrajo hacia ella, fue su silencio que gobernaba y sobresalía entre los gritos de los mercaderes y consumidores. La gitana no vendía frutas ni objetos varios, vendía fortunas, pasados y presentes, en su manta tendida al suelo recuerdo haber visto piedras de diferentes tipos, ¿piedras? No propiamente preciosas y costosas, en cambio, sí muy bellas.

La gitana me llamó con el pensamiento, traté de ignorarla y seguir mi camino, pero algo más, que no provenía de la gitana me orilló a acercarme ¿Qué tiene usted que me pertenece? Su destino, me contestó en su trance... es ahora cuando concluyo que ese trance era provocado por el sentimiento de profundo amor que irradiaba mi aura y mi voz; estiró su mano derecha a la manta tendida sobre el suelo y tomó una piedra que después me entregó íntegra, ignoro cómo la escogió pero sé que esta piedra me estaba esperando como yo a ella. La gitana tomó sus cosas, con paso firme y pausado se alejó.

Empuñé la piedra, estaba desconcertado, no sabía ni entendía lo que estaba pasando, la guardé en mi bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón.

Continué haciendo mi trabajo, tomando nota de lo que pasaba en Iraq a unos días de que Estados Unidos abriera fuego contra la ciudad. Las cosas que vi y las personas que traté me hicieron saber que lo de ellos era una guerra religiosa, ¿dónde más podrían poner sus esperanzas, cuando en tecnología de guerra los gringos estaban más avanzados?

Regresé a mi país y ya no era la desgracia lo que habitaba en mi cabeza, sino los deseos de ver a mi amada, Tengo ciento dos historias para contarte.

Bajé del avión, al pasar por la última revisión burocrática del aeropuerto, te encontré recargada en el barandal con la misma ropa de la despedida cuatro meses antes, qué cosa tan tonta, creíste que no te reconocería después de tanto tiempo de no verte. Me aproximé a ti, tan rápido como pude, te tomé entre mis brazos y te asfixié con un beso de muchos segundos, Eres la misma no haz cambiado. Hace mucho tiempo que esperaba por este momento, me dijiste, Aquí estoy y nunca más me iré de tu lado, respondí mientras tomaba tu mano.

No me explico cómo ni porqué recordé aquella gitana en medio de musulmanes, pero sí comprendía el misterio de la piedra; me dibujé una escena que de no ser por lo extraño del momento no le hubiera dado importancia, Una gitana me entregó esta piedra, dijo que mientras la tengas nuestro amor no acabará. Ella la abrazó con sus largos dedos, Jamás la perderé.

Eso pensé...

nimia


En ocasiones siento los brazos como agonizantes, me pican, se adormecen, están a punto de morir...


Veo de lejos la gran ensenada, sin olas, sofocada de gente que quiere ganar una estúpida competencia.


Con el dedo meñique recorro tu espalda, ¿sientes cosquillas aquí?, la detallada yema de mi dedo apenas te toca, ¿y aquí? Un besito por cada risa que me regales.


Los pequeños pájaros se sumergen en el agua turbia, con sus afilados picos rompen la viscosidad del agua y con sus pequeñas alas llegan hasta mí, hasta todo la gente que ahí nos encontramos.


Entonces te pregunto ¿Qué tan lejos es lejos?...


En el cielo una bandada se acerca, vuelan desde lejos hacia mí, que ahora estoy en el agua, del centro a la derecha, de la derecha a lo lejos, de lejos a la izquierda y de izquierda se van a pique al agua, contra toda la gente eufórica y desnuda.


Mis brazos te rodean, te aprietan tan fuerte...


Salí a flote en una pequeña barca el conductor, un abate con capucha, manejaba hacia la meta.


Corren por tus redondísimos glúteos, un besito rotundo para ti.


No me sueltes...


Un pequeño pajarito azul vuela –entendámoslo con el sentido coloquial de que se desplaza rápidamente- mi mano derecha lo pesca en el aire –que gran hazaña acabo de pescar un ave que volaba al ras del agua- tenía la barriga hinchada y una lengua roja delgada y enredada saliéndole por el afilado pico.


He robado el néctar de tu piel...


Salté al agua pájaro en mano y nadé lo más veloz que pude hacia la meta, al llegar, una biblioteca ahogada más que de libros de agua aparece sobre mi y del pasillo de las escaleras de piedra, como las de una torre de algún castillo o algún campanario, sale un caballero andante toma la mecha de fuego para alumbrar a los dos primeros lugares de la competencia, una muchacha de grandes anteojos y un joven tan invisible que no logro recordar.


El dedo meñique sigue por el fémur, un besito para estas piernas que se manejan desde las alturas.


Pero yo llegué primero, No, dijo el caballero, ésta señorita y éste joven fueron los primer en llegar, usted es la tercera, y acomodó su larga cabellera de rulos.


Tus pies están sucios, Tienes la planta sucia mi amor, ¿tienes cosquillas aquí? Un besito por cada carcajada que me regales.

oropéndola


Existen dos clases de rodillas, las que están hechas de barro y las que lo están de marfil. Mariel es una mujer con el talento en los ojos, la certeza en el vientre y la ruina en sus rodillas, pues las suyas estaban hechas de barro, si bien eran frescas y activas, también eran porosas, se desgastan con el agua y el viento. Precisamente era una tarde lluviosa en la que tuvo que sentarse en aquella banca del parque, el lugar donde lo vio por primera vez.

Él iba muy aprisa con sus jeans azul claro y la chamarra verde bosque, en la que ayer había derramado la salsa china de soya, apenas y se notaban las manchas, sin embargo, desprendía un tenue olor salado sobre su radical aroma; Santiago iba, con sus apresurados cabellos batiendo el venir de los pasos cuando de repente no pudo más que detenerse en seco, aspirar el momento y seguirla hasta el fin del mundo.

"Eres como una oropéndola". Mariel escuchó decir a Santiago durante las tardes eternas sin puestas de sol ni cielos naranjas, y la memoria de ella seguía preguntando qué ave es ésa, "tu lo haz dicho, es un ave" le respondía él con una tesitura perfecta a los oídos de cualquiera; en esas tardes todo el esfuerzo que la humanidad hizo durante muchos siglos por establecer lo real, lo válido y lo normal: se volvía irreal y mágico. Así eran sus ocasos, volando con sus pequeñas alas de oropéndola sobre el cabello crespo de su amado.

Nací para éste momento, aseguraba ella entre besos; nací para tu nombre, decía entre sonrisas; nací con el molde justo de tu pecho y tus brazos, repetía entre juegos. Una caminata, un juego, parsimonia y desafío. ¿Qué es un desafío? ¿Desafío es ir o venir? ¿Desafío es un rond de jambre par terre o tour en l'air? En medio de estas preguntas Mariel desafiaba la gravedad con sus finísimas piernas de oropéndola. Abría la puerta de su salón de clases todas las mañanas a las ocho en punto, sólo estaba ella y la del espejo, que no era muy distinta a Mariel. Lo mismo giraban sobre el pie derecho que sobre el otro derecho. Un lunes, que por costumbre todos llamamos inicio de semana; Santiago apareció en el salón batido en su torbellino de necesidad y rapidez, vio sus pezones a través del algodón, vio su futuro entre las pestañas de esa mujer. En el aire un te amo en la mano un adiós que juntos volaban como el humo de algún incienso de flores.

Santiago traía uno de esos líos inexplicables que sólo pueden ser de hombre. ¿Quién entiende a las mujeres? Es la pregunta de todo el mundo, el error está en que se sistematiza ¿Quién entiende a Santiago? Mariel no erraba, sabía que generalizar no da una respuesta concreta, pero cuando olía aquella piel, tostada como un pan de muerto, las respuestas se perdían.

Tal vez las mujeres entienden un poco más a los hombres debido a ese otro sentido propio del género femenino; cierto es que no siempre acertamos y que cuando no tenemos idea de lo que pasa fingimos que somos expertas y de alguna manera sobrevivimos, entonces ellos deciden quedarse una noche más.

Mariel no tenía ni idea de lo que estaba pasando no sabía qué pensar, lo miró a los ojos, dio un cuarto de giro a la derecha y colocó el pie derecho en cou de pied y giró sobre éste, giró hasta que Santiago salió por el portal de madera cristalizada.

No hubo una lágrima que no tuviera un espacio en los pañuelos de Mariel, no hubo una duda que no tuviera espacio en el aire sin respuestas de aquél parque. No hubo tardes naranjas, ni meses, ni años.

Con la concupiscencia de una mujer madura Mariel llenaba su guardarropa y su alacena. "Eres como un virio" voló una frase con alas de oropéndola o quizá como un aliento a muerte.

-¿Quién entiende a los hombres?-habló para sí misma- ¿Y qué es un virio?

"Un ave" voló la respuesta con aliento exangüe.

-Un virio, ¿es un ave? o, ¿un ave entiende a los hombres?-continuó ella, cerró los ojos para evocar su espíritu volátil para finalizar diciendo- Ahora puedo generalizarte: eres como todos- y sonrió...

writing in motion..


A veces me dan ganas de hacer un berrinche, uno muy grande, tirarme a la cama y gritar, que alguien me escuche, no sé quien, quien sea pero que te traiga a mí. No lo hago por que sé que no es aquí donde quieres estar, y no por que no me ames, sino porque tu quieres estar en todas partes, en todos los movimientos, en todas las causas y sinrazones. Tu quieres estar en todos los lugares, conocer y cuestionar, buscar y protestar. El último lugar al que llegarías son mis brazos. ¿Qué más quieres? Te lo he dado todo. Te he dado atardeceres naranjas, nieve de chocolate, mañanas lúdicas, baños tibios, ventiscas de vainilla, mis besos han formado ríos que corren por tu espalda; te he dado vida y muerte.

Lo sé, de sobra lo sé... te entiendo como nadie en el mundo lo hace... y por más que yo patalee sé que los pequeños momentos que estés en mis brazos será porque sientes que las energías se te acaban. Vendrás moribundo pero alucinado de aventuras, te escucharé envidiando las marchas que encabezaste como quien odia a las más seductora amante, te escucharé con un silencio de avispa, curaré tus heridas, te diré que nunca debes darte por vencido aun cuando yo quiero dejarme vencer por el amor. Ayudaré a que te levantes y pondré tus brazos en posición de combate, secaré mis lágrimas que desean te quedes una noche más, saldré al umbral de tu despedida amarraré mis piernas para no salir corriendo tras de ti y ahogaré en suspiros los lamentos y reclamos que haga mi memoria por no haberte detenido.

Como siempre que no estás, de noche, mi cama es un desierto con tormentas de arena e insectos que salen a alimentarse con mi sangre. Como otras tantas veces la bañera reclama tu perfume...no es la primera vez, ya debería estar acostumbrada, pero cómo acostumbrarme a la soledad que me dejas, te vas seis meses, te quedas dos meses, vuelves a irte un año, regresas cuatro meses...es imposible.

¿Qué quieres de mí?

Te lo he dado todo.

El invierno se acerca, cada vez es más difícil ocultar las arrugas a tu bienvenida, teñí mi cabello, nunca te ha gustado verme desarreglada... espero que entre el éxtasis de tus memorias frescas, dispuestas siempre a hacerme temblar, notes que mi lúcida sonrisa ha estado guardada para éste momento, para ti.

Un motor de motocicleta se oye a lo lejos, mi corazón palpita en mis oídos.

No eres tu.

Decidí entonces salir a la plaza, me encontré a Damiana la loca, con sus harapos al hombro y las piernas desnudas, ésta vez me aseguró que era un detective y justamente investigaba sobre tu paradero, la loca Damiana me interrogó, hizo todo tipo de preguntas ¿Dónde vives? ¿desde cuándo coge con el señor? ¿Qué le gusta desayunar? ¿cuándo fue la última vez que te vi? Le respondí con las mismas vaguedades, vivo en un recuerdo, cojo contigo desde que tengo memoria, le dije que te gusta desayunar licuado de nopales y sábila –sé que lo odias- y la ultima vez que te vi estábamos haciendo "magia" en la bañera. La loca se alejó con las narices hundidas en su cuadernito lleno de garabatos.

Estoy sentada en el comedor, escuchando el tic-tac del reloj, mordiéndome los dedos, me arden.

De nuevo un motor...estiré el cuello y alcancé a distinguir tus rizos volando...aparenté calma...y salí al umbral de tu sonrisa; paciente escuché tus primeras andanzas por el mundo, tranquila respiré tu agitado aliento, con calma besé tus apasionados labios....mientras hablabas traté de contar tus canas, son infinitas.

Primero cargué las energías de tu cuerpo con codornices asadas. Después preparé un baño de vainilla, enseguida llené tu espíritu de energías dejando que me hicieras el amor, ya no somos jóvenes, nos cansamos pronto, pero gozamos mucho.

Hablaste toda la tarde, tanto que enfermé de felicidad por tenerte, de tristeza porque sé que te irás, de incertidumbre, de certeza; tiritaba de frío y sudaba por el calor... siempre te había cuidado yo, esta vez tu cuidaste de mí, lo hiciste bien, tus manos rígidas se volvieron suaves al agua, al jabón, a mi piel. Yo era como una anciana inmóvil que se dejaba masajear la cabeza, sabes que eso me gusta; a punto de quedarme dormida me llevaste a la recamara, te metiste a la cama conmigo y me cobijaste con tus brazos, seguiste con tus historias de héroe, recordaste largos viajes, los recientes y los de nuestra juventud, los que ya había escuchado hace quinientos días; cerré mis párpados y te seguía escuchando, como siempre, cada vez más lejano, "ni creas que no he notado que teñiste tu cabello, desde que te vi parada en la puerta pude ver lo bella que eres y lo mucho que te amo, he decidido quedarme, estoy cansado, tu me necesitas más que toda la gente inconforme"; tomaste mi mano como si fueras a iniciar algún antiguo rito de unión, pero un escalofrío recorrió tu cuerpo, te apresuraste a calentarme los pies, me congelaba, sentiste miedo. Abrí los ojos para verte, estabas preocupado, juraste amor eterno, rogaste para que no me venciera una fiebre sin importancia, trataste de levantarme como tantas veces lo hacía contigo. A veces no necesitamos palabras para saber lo que le pasaba al otro, y tu sabías lo que me pasaba, corriste a besarme.

Me fui de éste mundo, y te agradezco que nunca hayas soltado mi mano.